Pol, el niño que persiguió una ilusión

Cuento escrito para la «Lectura de cuentos de Navidad» realizada durante el mes de diciembre de 2012 en Radio Barberà, de Barberà del Vallès.


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Pol subió corriendo las escaleras del Ayuntamiento, se apoyó en el portón de madera, y, poniéndose de puntillas, consiguió leer el cartel.

Este año, la Cabalgata de Reyes tendrá lugar en Santa Bárbara del Vallès. El día 5 de diciembre, ven a recibir a sus majestades los Reyes Magos de Oriente al centro de la ciudad. ¡Os esperamos a todos!”.

—Anda, ¡pues es verdad! —exclamó—este año los Reyes no van a pasar por el pueblo ¿cómo es posible? —se preguntó bajando las escaleras.

Aquella noche a Pol le costó mucho dormirse, la imagen de los Reyes Magos pasando de largo de su pueblo le obligaba a girarse continuamente en la cama hasta que, cansado de dar vueltas, se levantó y, sin hacer ruido, se fue a la cocina a tomarse un vaso de leche. Después del primer trago, Pol apoyó las manos en sus mejillas y, con los dos codos encima de la mesa, se quedó pensativo; no recordaba haber pasado ni un solo año sin ir a recibir a los Reyes Magos. Cada año hacía el farolillo con el que él y sus amigos iluminaban las calles por donde pasaban las carrozas que llevaban a los tres Reyes. Detrás, venían los camiones cargados de juguetes donde él siempre buscaba hasta encontrar algún paquete que fuera del mismo tamaño que el regalo que había pedido.

De un solo trago, se terminó la leche, dejó el vaso en el fregadero, y se volvió a meter en la cama. —Tiene que haber una solución —se dijo mientras se tapaba con la sábana hasta la altura del cuello—. Si no la encuentro, no podré dormir en toda la noche —se lamentó obligándose a cerrar los párpados con los dedos. Intentó concentrar la atención, pero ni siquiera de esa manera se le ocurrió ninguna solución. Cerró con fuerza los ojos, arrugó la nariz debajo de las sábanas y fue entonces cuando le vino la idea a la cabeza. — ¡Ya está, ya lo tengo! —exclamó dándose la vuelta por última vez—ahora ya puedo dormir tranquilo —murmuró cerrando los ojos. Al cabo de cinco minutos, se quedó dormido.

Al día siguiente, Pol pasó la mañana pensando en su plan y no fue hasta que llegó la tarde que lo puso en marcha. Cogió un trozo de cartón de una caja vieja y, con mucho cuidado, escribió: A Santa Bárbara del Vallès. Cogió un rollo de cinta adhesiva, le dijo a su madre que salía un momento a la calle y corrió hasta el inicio del pueblo. Allí, tapó el nombre de su pueblo con el cartón, lo sujetó con unas tiras de cinta adhesiva y se escondió.

— ¡Ja, ya está! Soy un crack —se dijo con una amplia sonrisa en los labios, pero media hora más tarde, cuando, escondido detrás de unos matorrales, vio llegar a los Reyes, se sintió avergonzado por lo que había hecho. Estuvo a punto de salir corriendo, arrancar el cartón e indicarles que aquel no era el camino que los llevaba a Santa Bárbara, pero ya no tenía tiempo de arreglar lo que acababa de hacer, los Reyes ya entraban en el pueblo. Pol esperó a que la caravana de carruajes estuviera lo suficientemente lejos para no ser visto, corrió hacia el cartel, arrancó el cartón y corrió a buscar un atajo que le llevara directamente al centro del pueblo. Llegó justo en el momento en que la gente empezaba a salir a la calle alertada por la sorpresa. — ¡Los Reyes, han venido los Reyes! —gritó para disimular.

Los Reyes se miraban los unos a los otros y preguntaban a los pajes qué era lo que estaba pasando. Los pajes detuvieron el paso y preguntaron dónde estaban a una mujer que los miraba con cara de asombro. Ella les dijo que en Sant Miquel del Vallès.

— ¿Estamos muy lejos de Santa Bárbara? —preguntó el paje.


— No, qué va —contestó ella sin salir de su asombro—está muy cerca, pero está la carretera cortada por obras. Tendrían que haberse desviado antes, ahora no tendrán más remedio que volver atrás. Por eso, este año, la cabalgata no ha pasado por los pueblos de esta zona. Todos los niños han ido a Santa Bárbara a verla.

Pol escuchaba con asombro lo que la mujer estaba explicando. De manera que las obras de la carretera eran el motivo, pensó. Entonces, los Reyes se habían pasado el desvío y su cartel no había hecho más que ayudarles a encontrar un pueblo en el que pedir ayuda. ¡Vaya!, pensó con una sonrisa.

—Si quieren, mi padre les puede acompañar, él trabaja allí —dijo alzando la voz tanto como pudo. El paje se agachó y con una amplia sonrisa le dijo que le parecía una idea muy buena y que se lo agradecía mucho.

Cuando Pol llegó a casa, apenas le quedaba aire para explicar a sus padres todo lo que había pasado.

—Papá, por favor, tienes que acompañar a los Reyes a Santa Bárbara, se han perdido y no llegaran a la hora para la Cabalgata.


— ¿Pero de qué Reyes me hablas?, no sé qué me estás diciendo Pol —exclamó su padre mirando por la ventana.


— ¡Vamos papá!, no podemos perder tiempo, el paje nos está esperando.


— ¿Qué paje? — dijo el padre cogiendo el abrigo que Pol había ido a buscar a la entrada.


—Te lo explico por el camino. Mamá, ¿tú vienes? —preguntó ante la cara de asombro de la mujer.


—Sí claro, claro que vengo, esto no me lo pierdo por nada del mundo —respondió guiñándole un ojo a su marido. A Pol no le gustó el gesto de su madre, estaba claro que ella tampoco le creía, pero era igual, ahora lo iban a ver, pensó Pol, estirando a su padre de la manga.

Los padres de Pol se quedaron boquiabiertos al ver el bullicio que había en el centro del pueblo, el alcalde había acudido a recibir a los Reyes, los pocos niños que quedaban en el pueblo habían corrido a buscar a sus padres, los comerciantes habían cerrado las tiendas para ir a ver qué era lo que estaba pasando. Y en medio de toda aquella gente, estaban los tres Reyes Magos. Pol se acercó, buscó al paje y le presentó a su padre.

—Aquí está mi padre —gritó para asegurar que su voz se oía ante tanto jaleo. Dice que él os acompaña.


— ¿De verdad puede usted acompañarnos? Nos haría un gran favor.


—Sí claro, bueno… —dijo el padre de Pol sin salir todavía de su asombro—. Ningún problema, cuando quieran. Solo tengo que ir a buscar el coche a casa y nos vamos.


—Está bien —contestó el paje real—. ¿Pol puede venir con nosotros? —añadió mirando a sus padres—, se lo ha ganado.


—Mamá, por favor, di que sí, ¡por favor! —gritaba Pol dando saltos de alegría.


—Está bien, está bien, puedes ir, pero pórtate bien, ¿entendido?


—No te preocupes mamá
—dijo Pol cogiendo la mano que el paje le ofrecía—, me portaré bien.

—Eso espero —le dijo su madre—. Tranquilo —añadió la mujer al ver la cara de preocupación de su marido—, estará en buenas manos.

El paje real presentó a Pol a los tres Reyes Magos. Estos le agradecieron enormemente que se hubiera ofrecido a acompañarlos a la ciudad.

—Venga vámonos ya, que esta noche nos esperan muchos niños —dijo el Rey Baltasar.


—Tienes razón —contestó el Rey Gaspar acariciándose la barba. En ese momento, Pol vio orgulloso como su padre colocaba el coche delante de la caravana de carrozas; entonces oyó una voz que le llamaba. Se giró y vio al Rey Melchor que alargaba la mano desde su carroza.


—Vamos Pol, sube. Pol se cogió fuerte de la mano del Rey, este lo alzó con fuerza, se sentó en su trono y sentó a Pol sobre sus rodillas. Pol se agarró fuerte a las manos del rey que lo sujetaban por la cintura. No se lo podía creer, tenía entre sus manos las del Rey Melchor, y estaba tocando sus guantes blancos, esos que tantas veces le había visto al saludar en las cabalgatas. Cuando se sintió más seguro, Pol se atrevió a soltar una de las manos y acariciar la capa que el Rey tenía sobre sus hombros.


— ¡Qué suave! — exclamó


— ¿Te gusta? — preguntó el Rey con una sonrisa en los labios.


—Mucho —contestó él tímidamente.


—Es de un país muy lejano, y hace miles de años que me la hicieron, pero ¡fíjate lo bien que se conserva! —explicó el Rey. Pol le escuchaba con la boca abierta.


—Cuando sea mayor me compraré una capa como esta —murmuró pasando la punta de los dedos por encima de las estrellas doradas que se repartían pintadas por toda la ropa.

Cuando Pol vio la ciudad de lejos, notó que un escalofrío le recorría la piel, había estado muy pocas veces en aquella ciudad tan grande y, desde luego, nunca sin sus padres. Se agarró bien fuerte a las manos del Rey Melchor y abrió los ojos tanto como pudo. Empezaba la aventura.

Las avenidas más grandes estaban repletas de gente, los balcones de las casas llenas de personas que aplaudían al ver pasar a los Reyes. Pol sonrió al ver cómo los niños corrían a recoger los caramelos que los pajes lanzaban y se acordó del año anterior que se fue a casa con los bolsillos de su abrigo repletos de caramelos. Después de recorrer las calles de la ciudad, los Reyes Magos aparcaron las carrozas delante del Ayuntamiento y subieron por las escaleras hasta el balcón del ayuntamiento. Allí les esperaba la alcaldesa.

Pol escuchó con atención el discurso que hizo cada uno de los Reyes aferrado a la mano del paje que se había hecho cargo de él. Cuando la cabalgata acabó, sus padres le esperaban al final del recorrido. Pol se despidió de los tres Reyes que le abrazaron y le prometieron que al año siguiente volverían a su pueblo.

—Gracias Pol —dijo el Rey Melchor que se había agachado para estar a su altura—, has sido de gran ayuda. No lo olvidaremos nunca.


—Ni yo a vosotros — dijo Pol dándole un beso en la mejilla.

Pol subió al coche de su padre y, aunque se sentía feliz, apenas habló en todo el viaje. No le gustaba la idea de haber intentado engañar a los Reyes, pero no sabía qué hacer, si se lo explicaba a sus padres, ellos se enfadarían con él y tampoco podía decírselo a los Reyes, temía que si lo hacía a lo mejor dejarían de traerle regalos; entonces tuvo una idea. Ya sé lo que haré, pensó, el próximo año empezaré la carta explicándoles lo que he hecho y pidiéndoles perdón, seguro que entonces me perdonarán. —Seguro que sí —, se dijo a sí mismo pensando en la bicicleta y en el camión que les había pedido en la carta. Apoyó la cabeza en el cristal de la ventanilla, cerró los ojos y se quedó dormido.