Le arrebataré el día a la vida

Carta ganadora con el primer premio en el II Concurso literario convocado por el Casal Popular Tangram de Barberà del Vallès, abril de 2016.


Barcelona, 9 de abril de 2016

Querido Daniel,

Hoy hace un mes que no estás conmigo y te escribo porque llevo todo este tiempo maldiciendo el instante que empezamos a vivir aquel nueve de marzo. Ojalá aquella mañana hubiera encontrado la manera de arrebatarle el día a tu vida, de la misma forma como lo he hecho esta mañana en el calendario de la cocina, porque sé que solo si soy capaz de seguir robándole a la vida el día que te fuiste, lograré calmar este dolor tan intenso que me acompaña desde entonces.

Quizás, algún día, recupere las fuerzas que me permitan volver a vivir el día que marcó el final de tu viaje y el que dio inicio a esta travesía en la que naufrago desde la mañana que no volviste. Algunos días, el oleaje es tan intenso que albergo la esperanza de desaparecer engullida en el interior de una ola inmensa que me lleve contigo. Otros, en cambio, la calma pesa tanto que desearía ensordecer para no percibir el sonido de los objetos, sí, sí, los tuyos, los que dejaste desperdigados por todos los rincones de la casa.

Y es que, desde que no volviste, tus cosas han cobrado vida. Cada una de ellas me habla de ti. Algunas lo hacen bajito, apenas con un susurro, como si supieran que al hacerlo te están traicionando; otras en cambio, lo hacen alto y claro. Y no solo eso, sino que cuando lo hacen, me explican cosas que jamás supe por tu voz. Ahora ellas me hablan de tus manías, de lo que más amabas y de lo que odiabas, de tus secretos más íntimos, de todo aquello que nos quedó pendiente compartir, de los temas aparcados y de los reservados para cuando fuera un buen momento y, por supuesto, me hablan de tus movimientos en el último instante. Esos objetos gritan más que ninguno, y es a estos a los que acompaño con mis gritos porque me consuela increpar al libro que dejaste a medias y a las zapatillas que quedaron arrinconadas junto al sillón, y también a las piezas de ropa que olvidaste sobre la cama. Y lo hago con la esperanza de que ellos pueden explicarme por qué no volviste nunca a recogerlos.

Pero no te vayas a creer que siempre andamos a gritos tus objetos y yo, ¡qué va!; algunos días, los tomo entre mis dedos, los acaricio y, después, acerco las manos a la cara; entonces cierro los ojos y absorbo tu fragancia, una, dos y hasta tres veces. Pero lo hago con cautela, porque sé que debo dosificar las veces que te tomo entre mis manos si deseo alejar al máximo el día que ya no te encuentre.

Algunas veces pienso que si hubiera sabido que no ibas a volver, habría buscado la manera de robar unas gotas de esencia a tu piel y las habría macerado a modo de perfume con el que rociar tus objetos. Y no solo eso, sino que guardaría unas gotas para las noches que salto de la cama pensando que has vuelto, esas que corro a tu encuentro creyendo haber oído la puerta hasta comprobar que la llave sigue echada. Esas noches que vuelvo a la cama y te busco entre las sábanas, absorbo tu aroma y dejo que mis lágrimas te amen de nuevo.

Tal vez algún día me decida a conservar en un frasco de vidrio mis lágrimas con tu olor.

¡Maldito el día que te robó la vida!

Júlia